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Homilía de Monseñor Isidro en el funeral de Monseñor Demetrio Molloy

Homilía de Monseñor Isidro en el funeral de Monseñor Demetrio Molloy

21 de agosto de 2013

Queridos hermanos sacerdotes, queridas autoridades de las distintas instituciones, queridos feligreses, queridos hermanos todos:

Yo me preguntaba ahora cuando escuchábamos el evangelio: ¿que hubiéramos dicho nosotros si hubiéramos visto a Jesús resucitar un muerto que llevaba 4 días? ¿Le habríamos aplaudido? ¿Le hubiéramos dicho: “¡Señor yo también creo en ti”, “yo también sé que tú eres Dios, sé que tú eres la fuente de la vida”? ¿Qué le hubiéramos dicho al señor? Y digo esto porque al encontrarnos aquí ahora delante del cadáver de Monseñor Molloy, tenemos que creer en la resurrección, que la vida del hombre no se acaba aquí. Hace pocos días leía unas frases del papa Benedicto XVI: “los hombres piensan que la ciencia les salva, y la ciencia no salva al hombre”, decía el Papa. Hay muchos problemas y muchos asuntos en que la ciencia no cabe, no entra, no tiene poder. Ni la ciencia, ni el dinero, ni las leyes, ni nada, tienen poder ante la muerte. Y decía el Papa que “solamente salva al hombre el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús”, y esta frase la tenemos que tener nosotros muy presente cuando celebramos la muerte.

Con ocasión de la muerte de Monseñor Molloy, a mí han llegado muchas sugerencias, ayer y hoy he escuchado a distintas personas, pero me he quedado con una frase preciosa de la Sagrada Escritura, que proclama la liturgia de la Iglesia: “in conspectu Domini, mors sanctorum eius”, que significa “valiosa, de gran precio, es la muerte de los justos delante de Dios”, y yo pienso que la muerte de Monseñor Demetrio ha sido así, ha sido una muerte de mucho valor, de mucho precio, muchos quilates. Todos ustedes podrían contar anécdotas, muchas personas que están aquí ahora podrían levantar la mano y decir: “pues mire a mí me dijo esta cosa…”, “a mí me dio otra cosa”, “a mí me sacó de este apuro”, etc. Cuantas personas podríais decir eso.

Si yo digo que la muerte de Monseñor es valiosa a los ojos del Señor, es por lo menos por dos o tres cosas que les quiero recordar aquí ahora. Muchos de ustedes conocían a Monseñor solo externamente porque era un hombre alto, de casi 2 metros, porque iba de un sitio a otro siempre con su sotana, fajín y solideo.  Pero en su mundo interior, en sus sentimientos, en su corazón no habían entrado muchas personas; y yo he tenido la suerte de estar más cerca de él, y puedo decir que si la vida de Monseñor era una vida santa es porque rezó mucho. Monseñor rezó por todos los cerros que vemos, por todas las carreteras que recorrió, rezó en su trabajo, rezó en la catedral, rezó en las iglesias, rezó delante de estatuas de los santos de su devoción… Cuando tenía que conseguir una cosa siempre recorría primero a ese arma. Porque el arma de un cristiano es la oración, y el que no reza es que no cree. Monseñor Demetrio rezaba mucho en cualquier circunstancia y por cualquier causa. Por ejemplo, cuando tenía que conseguir dinero para construir el seminario, el hogar de ancianos, o para montar el comedor o tantas obras que él ha hecho, lo primero que hacía era rezar y rezar. Y no les quepa la menor duda, la oración es el arma que tenemos que usar delante de Dios. Y todos ustedes, así como yo, tienen algo que pedir a Dios.

La oración ¿qué es?, ¿qué demuestra la oración cuando uno reza? Demuestra lo que el hombre es y lo que Dios es. ¿Por qué demuestra lo que “el hombre es”? Porque cuando rezamos, manifestamos que somos limitados, que no tenemos los medios que quisiéramos tener para conseguir una cosa, que nos vemos débiles, incapaces de hacer y conseguir cosas; y por eso la oración demuestra lo que el hombre es, una criatura, un ser necesitado. Y ¿a quién recurrimos? Al que nos puede dar, al que tiene, al que es misericordioso, al que se compadece. De esta manera, la oración demuestra lo que “Dios es”, que es el padre común, el padre bueno, el que puede, el que quiere, el que ama, el que da. No os quepa la menor duda, Dios da las cosas solo a los que rezan, y Monseñor que rezó mucho sacó muchas cosas de Dios.

Yo quisiera añadir en torno a este tema, ahora que están aquí todos los sacerdotes, el ejemplo que Monseñor Demetrio os ha dejado. Cuando pasabais por un hospital, o cuando ibais con él en el carro, ¿a quién no os ha hecho rezar? A todos. Todos hemos rezado cuando hemos pasado por delante del hospital por los enfermos y por los agentes de salud. ¿Cuánto valía esa oración? No podemos medirla nosotros, porque no son cosas humanas; pero rezaba por todos los enfermos, creyentes o no creyentes, de una religión u otra, daba igual. Rezaba por las personas que sufren, por las personas que estaban necesitadas, y así nos ha enseñado a todos los sacerdotes a rezar. Íbamos por un campo, por un sitio y otro, y rezaba por las personas que veía, por la señora que iba detrás de un rebaño – por desgracia casi siempre son las mujeres las que van detrás de los animales y pocas veces veo a los hombres-, y bendecía a todos. Monseñor ha llenado a todo el mundo de sus bendiciones.  Y con respecto a esto de la bendición quiero contaros algo que me ocurrió a mí hace ya muchos años, cuando fui con él a España, a Burgos, a mi tierra. Le dijo un día su madre al padre Alfredo, que también muchos de ustedes le conocen y ahora no está aquí: ¡hijo mira cómo va Monseñor, lleva un traje que no está limpio y que no es digno de él! ¡Le tienes que comprar un traje! Y se fue a una sastrería, y cuando entro allí lo primero que hizo fue bendecir a las dependientas, a los dependientes que había allí. El dueño llegó cuando acababa de bendecir y él también le pidió la bendición, y le suplicó que también fuera a bendecir su casa. A monseñor no le faltó tiempo, se dejó invitar y fue a su casa, allí comió con él y se hicieron amigos muy amigos. Unos meses más tarde, este señor le escribió a monseñor una carta felicitándole la navidad y le decía “cuánto bien hace el que usted bendiga a las personas, ya no quedan obispos que bendigan a la gente, los establecimientos, a las personas de la calle”, y le decía que no deje de bendecir. Y cuando monseñor recibió la carta me la dio a mí, y cuando acabé de leer me dice: ¡toma, aprende! Y ya por la noche me llamó y me dijo: ¡mira te he dicho que aprendas!, y quiero decirte también una cosa: “nunca me he acostado yo sin rezar por la gente a la que bendigo”. Fíjense y yo me pregunto: ¿habrá alguno en Huancavelica a quien monseñor no le haya bendecido? Ha bendecido a todos y ha rezado por todos. Por eso, hoy qué menos que nosotros recemos por él. Os lo agradezco a todos de verdad esta manifestación de aprecio, de cariño de respeto y de fe que habéis demostrado en la muerte de monseñor, agradezco a todos vuestra presencia aquí y ahora, pero que penséis que monseñor ha rezado por vosotros.

Quiero también añadiros una cosa a los sacerdotes. Me decía a mí un día: “mira cuando pasemos por los hospitales me gusta rezar siempre por los enfermeros, pero de modo especial por los moribundos”. Reza tú también por los moribundos, y la verdad es que yo rezo muchas veces por los moribundos, sea quien sea que muera, me da igual que sea de esta secta que de la otra, que tengan unas razones políticas u otras. Delante de Dios todos somos criaturas suyas, nacidos todos para la vida eterna. Y algunos no lo quieren saber o lo quieren olvidar, y por eso yo les digo ahora: rezad todos por los moribundos, que en vuestras parroquias se muere la gente, hay muertes en todas partes; y cuando recéis por los difuntos, por los moribundos no os quepa la mayor duda que Dios la escucha;  y ¿qué hará Él para que salve a la gente? Eso lo dejamos a Dios, que es omnipotente y poderoso es para hacer las cosas que tiene que hacer. Pero Dios quiere que se las pidamos.

Y a vosotros que necesitáis muchas cosas les digo lo mismo: ¡pedid, rezad! Todos sabéis el Padrenuestro y el Ave maría, todos tenéis devoción a algunos santos. Me acuerdo también de él cuándo teníamos que hacer el seminario. Ponía allí una estampita, pasaba por delante de ella y se ponía a rezar para pedirle que Dios moviera la voluntad de tantas personas para que le dieran 1000 dólares, 5000 o 20000 para poder hacer el seminario, o para poder hacer el comedor, para poder hacer las cosas que hacía; y consiguió mucho porque rezó mucho. Consiguió de Dios muchas cosas porque rezó, y ese es un ejemplo que nos ha dejado a todos, a todos los huancavelicanos y especialmente a nosotros los sacerdotes. La gente no se salva por que hagamos cosas, la gente se salva porque la salva Dios. Y hay que pedírselo. Todos tenéis enfermos, personas mayores y a lo mejor moribundos. Señores, rezad por ellos que no cuesta tanto y dejadlo en manos de Dios, que él se encargará.

Otras de las cosas que quiero contar de la intimidad de monseñor -esto lo cuento para que veáis que de ese ejemplo que nos ha dejado tenemos que aprender todos, vosotros y yo, y los sacerdotes- es la generosidad. Monseñor era un hombre muy generoso. Muchos de vosotros lo sabéis porque os ha ayudado en momentos difíciles. Y no miraba si tenía 2 soles, o 20 soles o 100 soles en el bolso, pero nunca se quedó una persona que no le pidiera que no le diera. Y a veces yo le decía a monseñor: pero, ¿por qué da tanto dinero? Y él me contestaba –y he aprendido de ello-: “Dios nos lo da gratis y gratis lo tenemos que dar”. Él daba gratis, Dios le pedía, y él lo repartía. Esa caridad lo ha vivido con muchísima gente. Esta mañana cuando celebraba el padre Doroteo la misa, había una señora allí llorando- y a lo mejor está también ahora por aquí llorando delante de su cadáver-, lloraba un montón, estaba sin consuelo. Y yo me decía cuántas veces le habrá atendido a esta mujer, cuantas veces le habrá sonreído, cuantas veces le habrá ayudado. Solo Dios lo sabe, pero Monseñor era generoso y vivía así y le preocupaban las dificultades y las necesidades de todos.

No voy a enumerar todas las obras sociales que ha hecho, que han sido muchas y ya las conocéis más que de sobra. Pero sí quisiera deciros que lo que tenemos que hacer –ya lo hacéis- es despedirle, agradecerle. Ayer le decía a una señora que me daba el pésame llorando: “no llores, no es momento de llorar, la muerte de Monseñor no es para llorar porque tenemos un intercesor en el cielo”. Esta mañana lo repetía también el padre Doroteo. Y es verdad, tenemos un intercesor en el cielo  y lo que tenemos que hacer es pedirle, pedirle que nos ayude, pedirle de muchas maneras, cosas materiales, por necesidades económicas, cosas espirituales, conversiones, cambio de vida, que a veces es lo que más cuesta y es lo que más vale, el cambiar nuestra vida y hacerla más agradable a Dios para que nos pueda premiar una día a todos. La muerte de monseñor es preciosa a los ojos de Dios, tiene un valor, tiene un precio grande y de eso nos tenemos que alegrar y nos tenemos que beneficiar todos. ¿Cómo? Poniéndole como intercesor, porque estoy seguro de que él intercederá por todos los huancavelicanos que vayan a pedirle a Dios a través de monseñor esta necesidad, o aquella otra. Estén seguros que él no volverá la cara a un lado y dirá a éste no lo conozco. Basta que le digas que eres huancavelicano porque él se ha sentido huancavelicano desde siempre, y lo sabéis mejor que yo.

Otra de las cosas porque la muerte de monseñor es preciosa y tiene un gran valor es porque él nunca se cansado de pedir perdón a Dios por sus faltas -las que tuviera-. Todos los sacerdotes que están aquí le han atendido, todos han bajado a Lima semana tras semana para estar con él una semana y ayudarle, hacerle compañía, contarle algunas cosas. Si yo fuere preguntando ahora uno por uno si Monseñor te ha pedido que le confieses, que le des la absolución y que le perdones en nombre de Dios, seguro que todos dirían que sí. Monseñor ha pedido perdón a Dios miles de veces, muchas veces de pequeñas cosas que podía equivocarse por debilidad humana, porque tenemos errores.  Y ¿por qué os digo esto? Porque un cristiano bueno es aquella persona que lucha por amor por no caer, se esfuerza por no pecar lucha. Pero también es un buen cristiano aquella persona que ha caído en un pecado, en un vicio -en el que sea- y se levanta por fe y por amor, y sigue igual de cristiano, de hijo de Dios, y es más agradable a Dios. Nos dice el señor en el Evangelio que hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos. Es que pedir perdón a Dios le hace sentirse Dios. Yo no sé si esto lo habían pensado alguna vez, pero cuando Dios perdona al hombre le ponemos delante de Él el mal, y Dios no tolera el mal, lo destruye, lo aniquila, lo vuelve a la nada, le quita la existencia. Y Dios cuando hace eso, disfruta, goza. Aunque somos pecadores los hombres Dios es misericordioso, porque frente a nuestras debilidades y nuestras faltas, Dios se compadece de nosotros y esta como esperando que le pidamos perdón. Pues, pensadlo, todos tenemos que pedirle perdón. Monseñor lo hizo miles de veces, también yo lo he confesado montones de veces y ¿los demás sacerdotes? Que lo digan ellos y lo podrían decir uno por uno.

Yo después me preguntaba: qué contento debe estar Dios cuando un hombre se pone de rodillas delante de Él y le dice señor perdóname, mira esto he fallado, he caído aquí, y también en este otro, y esto no he podido y aquí me ha vencido el mal y aquí me he dejado llevar del vicio, … Eso espera Dios de todos ustedes y de mí, y esto nos enseñó Mons. Demetrio.

Estas son las tres cosas que yo quería hoy recordaros para que conocierais un poco cómo era monseñor por dentro: un hombre de fe que la demostró rezando y que consiguió muchas cosas rezando, un hombre caritativo que se compadeció del prójimo y un hombre que supo pedir perdón montones de veces. Si estas tres cosas, tú y yo las sabemos hacer, habríamos cumplido lo que el Papa Pablo VI definía en un cristiano: un hombre que reza, un hombre que ama y un hombre que pide perdón, eso es un cristiano. Esto es lo que él –Monseñor- hizo muchas veces.

No quiero cansarlos más pero no quisiera concluir, sin darle las gracias a todos, de una manera muy especial a las autoridades, empezando por el señor Maciste que no está ahora, pero cuando monseñor murió él fue a la misa en Lima. No tuve la suerte de estar con él -porque estaba haciendo otros asuntos-, pero yo sé que ha ido, y me ha pedido una cosa se lo quiero decir a ustedes públicamente, empezando por los sacerdotes, que se alegraran de este tema. Me decía que le gustaría hacer una pequeña biografía de monseñor Molloy y que la conozca la gente, que sepan los huancavelicanos quién era y cómo era por dentro, cómo se portaba, qué sentimientos tenía. Y yo le decía después de escucharle que no lo voy a echar en saco roto. Esta mañana me llamó y le dije que hablaremos cuando vuelva, y le di la gracias por esta sugerencia, porque sería una cosa muy bonita que todos ustedes pudieran tener una pequeña biografía de Monseñor y que pudieran ver, y que esa pequeña biografía les sirviera de medio para pedirle cosas a Dios a través de él, que yo estoy seguro que vendrían muchas gracias, muchas ayudas, muchas conversiones, mucha caridad a Huancavelica. Le doy las gracias entonces a él, al señor alcalde que está aquí ahora por haber tenido esa delicadeza de haberle dedicado una calle, que creo que bien se lo merece. Muchas gracias señor alcalde por haberlo hecho, y a todos los demás que estáis porque habría que darles las gracias a todas las personas una por una, son tantas. No os quiero cansar más y vamos a continuar la Santa Misa, y que la Virgen Santa María, a la que él le tenía una devoción especial y más que especial, le sirva también a él de apoyo. Y que interceda ante ella y ante Dios por nosotros para que aprendamos estas tres cosas de ser personas que rezamos, personas que amamos, que nos queremos y personas que nos arrepentimos y que pedimos perdón cuando caemos.

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